La reunión de la Autoridad Internacional de Fondos Marinos, en Jamaica, convocó a 169 países para discutir el inicio de la explotación del lecho y subsuelo de espacios que son Patrimonio Común de la Humanidad
Cuando en 1982 la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (Convemar) reguló la soberanía marina de los Estados ribereños, también definió un área que estaba más allá de esas jurisdicciones nacionales a la que declaró Patrimonio Común de la Humanidad y sugestivamente la llamó la Zona.
Es un área que equivale a casi la mitad de la superficie de la Tierra, cuyos recursos vivos y no vivos apenas son conocidos. Para gestionarlos, se creó la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA, según sus siglas en inglés) que el viernes concluyó una interesante sesión dominada por el debate sobre el inicio de la actividad minera en la Zona –decisión que finalmente se pospuso para una futura sesión– y la elección de la oceanógrafa brasileña Leticia Carvalho como nueva secretaria general para el período 2025-2028.
La intensidad de las conversaciones estuvieron motivadas por una solicitud de explotación minera en la Zona Clarion-Clipperton, en el Océano Pacífico ecuatorial, presentada en 2021 por Nauru, un Estado de Oceanía, que patrocinó a la empresa canadiense The Metals Company. Según una norma de la ISA, vencido el plazo de dos años desde el momento de la solicitud, el licenciatario tiene derecho a iniciar las operaciones.
La intimación de Nauru para comenzar las actividades en el fondo marino implicó que el resto de los Estados miembros de la ISA revisaran los conocimientos existentes sobre la materia. Se estima que más del 80% de los mares del mundo aún permanecen sin explorar. Según Sylvia Earle, fundadora de la organización Mission Blue, “la mayoría de las especies que habitan esas profundidades no tienen nombre todavía, simplemente porque no han sido descubiertas”. A modo de comparación, señala que solo una docena de astronautas han caminado sobre la Luna, que es la cantidad de exploradores que pudieron acceder a la parte más profunda del océano.
Desde hace décadas se sabe que en el océano existen distintas formaciones minerales. Las que presentan mejores condiciones de explotación comercial son los nódulos polimetálicos, que son depósitos encontrados en llanuras marinas, entre los 3000 y 6000 metros de profundidad, constituidos por minerales y metales requeridos para la industria electrónica y la transición energética como: cobre, cobalto, manganeso, níquel, molibdeno, hierro, zinc y tierras raras (que son un conjunto de 17 elementos de la tabla periódica).
Entre las normas de la ISA para otorgar una licencia de exploración y explotación, se debe cumplir con los estudios de impacto ambiental. Por lo que, en 2022, The Metals Company realizó una prueba piloto con las dragas que se usarían en la operación. Esquemáticamente, se trata de una gran aspiradora que succiona los nódulos, los traslada mediante tuberías a una nave en superficie para, luego, ser procesados en tierra.
Un equipo de científicos de varios países tomaron muestras antes y después de las pruebas. Entre ellos, Ana Carolina Ronda, doctora en bioquímica e investigadora del Instituto Argentino de Oceanografía (IADO-Conicet) para quien “la operación generará ruido, plumas de sedimentos e impactará sobre las tramas tróficas de la columna de agua. Es imposible decir que no habrá un impacto, y hay que definirlo para conocer las consecuencias a largo plazo”.
Las condiciones extremas (baja temperatura, entorno corrosivo, ausencia de luz y altísima presión) sumadas a los costos de operación, mantuvieron el acceso a esos minerales como una posibilidad lejana, débil y muy riesgosa. ¿Qué cambió para que, a partir de 2021, sean vistos como un recurso explotable?
En la década de 1990 la Convemar estableció normas para que los Estados definieran el límite exterior de su plataforma continental, lo que los llevó a desarrollar ciencia y tecnología para ese espacio y demostrar con datos geológicos rigurosos cuál era la prolongación natural de sus territorios. Más allá de esos límites, comienza la Zona.
Como consecuencia de estas campañas, que tenían fines técnicos y jurídicos, algunos países presentaron a la ISA solicitudes de exploración minera, habiéndose otorgado a hoy, 31 licencias.
Para la misma época en que se desarrollaba este proceso, pero desde otros ámbitos científicos, se elaboraron informes que señalaban los riesgos implicados en el cambio climático y la necesidad de tomar medidas urgentes para limitar el aumento global de temperatura.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) fue creado en 1988 y la principal propuesta para responder a la variación en el clima fue limitar las emisiones de gases de efecto invernadero mediante un cambio rápido en la elección de fuentes de energía, promoviendo la sustitución de energías fósiles por otras renovables.
La Agencia Internacional de Energía publicó recientemente un informe con proyecciones de requerimientos de minerales necesarios para la producción de energías con bajas emisiones de carbono, al que también se incorporaron los vehículos eléctricos, baterías e hidrógeno: se espera que, para 2040, la demanda global de minerales y metales para su uso en tecnologías de energía limpia se multiplique por 2 o por 4, según sea el grado de cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París.
La transición energética significará pasar de una sociedad dependiente de combustibles fósiles a otra, dependiente de minerales, algunos de los cuales son poco abundantes.
Los planes actuales de suministro e inversión para muchos metales y minerales críticos están por debajo de lo necesario para acompañar un desarrollo acelerado de las diversas energías alternativas, a lo que se suma la alta concentración de los mismos en un limitado número de productores. Por ejemplo, las tierras raras se hallan en más del 90% en China; el 70% de las canteras de cobalto se encuentran en la República Democrática del Congo; el 89% del iridio y el 74% del platino, en Sudáfrica y casi el 50% del níquel se extrae de Indonesia.
Otro proceso que presiona sobre los minerales y metales es el big data, acelerado a partir de la pandemia de Covid-19, que multiplica no solo el volumen de datos que se genera, sino también el que se transmite, se almacena y se procesa, provocando, además de una enorme consumo de energía eléctrica, una mayor cantidad de chips (más chicos, más veloces). A pesar de la volatilidad en las cotizaciones bursátiles, la industria de semiconductores proyectaba para 2030 un mercado mundial de US$1 billón (un millón de millones).
Los defensores de la minería oceánica argumentan que el daño ambiental será menor al producido por la minería convencional en tierra y que es la forma más resiliente, estable y diversificada para obtener los metales y minerales necesarios para la producción de paneles solares, lámparas LED, baterías y turbinas eólicas, entre otros bienes, intensamente requeridos para la transición energética.
Las empresas mineras sostienen que la restauración de los ecosistemas después de la extracción de minerales podría mitigar el impacto negativo. En cambio, otras organizaciones sostienen que si se pudiera restaurarlos, los altos costos serían imposibles de afrontar por parte de las empresas, lo que podría explicar que muchas aseguradoras se resistan a emitir pólizas.
El lecho profundo es un ambiente con baja capacidad de recuperación. Se mantiene inalterado debido a las dificultades del ser humano para acceder a él. Cuando lo consigue, se descubren nuevas especies y sorprendentes procesos fisicoquímicos, como la producción de oxígeno oscuro por electrólisis.
Los impactos más severos de la extracción de nódulos podrían ser la pérdida de biodiversidad y hábitat, aunque también debería considerarse el ruido y la pluma de sedimentos, que quedaría suspendida por cientos o miles de kilómetros cúbicos de mar.
La comunidad científica coincide en que el daño que podría producirse en los ecosistemas profundos sería significativo y permanente, en escalas de tiempo humanas, ya que los nódulos demoran millones de años en formarse. “Si queremos una energía renovable cuyo insumo principal es un recurso prácticamente no renovable, estaríamos haciendo una energía no renovable. Se necesitan más investigaciones al respecto”, afirma Ronda.
En este contexto, 31 Estados miembros de la ISA, sumados a la Unión para la Conservación de la Naturaleza, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Consejo Asesor de Academias de Ciencias europeas, entre otras instituciones, se manifestaron a favor de declarar una pausa precautoria o una moratoria sobre este tipo de minería a fin de proteger la biodiversidad mientras se mejora el conocimiento sobre ese inmenso espacio.
La discusión acerca de la conveniencia de la minería de aguas profundas es una oportunidad para revisar la relación entre la tecnología y la sociedad, y de priorizar el rol de la intención humana en el trabajo de investigación y diseño.
¿El desarrollo tecnológico es un proceso con dinámica propia, independiente de la voluntad de la sociedad? ¿O es producto de un objetivo buscado, no accidental? ¿Quién controla a quién? Son cuestionamientos que, según el filósofo estadounidense Carl Mitcham, se intensifican en los momentos en que hay cambios acelerados en el sistema técnico.
La asamblea de la ISA puede conducir a la pregunta sobre si realmente es necesaria la minería en aguas profundas y si no existen opciones más inmediatas como adoptar pautas de consumo basadas en la economía circular. “Lo mejor de las baterías es que los metales dentro de ellas pueden recuperarse infinitamente y convertirse en baterías nuevas”, señala Sylvia Earle. “Si realmente queremos hacer una buena inversión deberíamos minar lo que ya se ha minado. Se trata de reciclar. Imagínense si pudiéramos construir lo que sea que necesitemos para nuestra economía, para nuestra prosperidad, para nuestra transición energética, tomando lo que ya hemos tomado y reutilizarlo, reciclarlo. Sabemos que los metales están ahí”, sugiere.
FUENTE: LA NACION